21/3/10

ARIEL



ARIEL
de
José Enrique Rodó

José Enrique Rodó nació en 1871 en Montevideo (Uruguay), en una familia burguesa venida a menos (su padre era un comerciante catalán). Desde pequeño deseó viajar, algo que sólo hizo dos veces en su vida: a Santiago de Chile y a Europa. Político, escritor, ensayista, profesor universitario de Literatura, de carácter reservado, tímido y solitario, a los 29 años adoptó la imagen de viejo profesor que simboliza «Próspero».
El primer trabajo que alcanzó repercusión fue Rubén Darío. Su personalidad literaria. Su última obra, en 1899, donde analiza en profundidad Prosas profanas. Sin embargo, la obra que le dio fama universal fue Ariel, escrito en 1900. En abril de 1917 llegó a Palermo (Italia) y un mes después murió allí como un perfecto desconocido.
A grandes rasgos, Ariel es un ensayo donde Rodó se dirige a la juventud americana – la obra está dedicada a ellos – para prevenirles del peligro del utilitarismo y el empobrecimiento de espíritu como paradigma de civilización y hace una apuesta idealista por la espiritualidad, siguiendo el modelo grecolatino, conminándolos a la acción. Para esto, se vale de los personajes de la obra La Tempestad de William Shakespeare. Al elegir este modelo, Rodó sigue a uno de sus maestros, el francés Ernest Renan que ya utilizó a los personajes shakespearianos como símbolos o al mismo Rubén Darío, que tras la derrota de España frente a Estados Unidos en 1898 publicó un texto, El triunfo de Calibán, donde califica a los estadounidenses como «Bárbaros que aborrecen la sangre latina [...] el ideal de estos calibanes está circunscrito a la bolsa y a la fábrica». Sin embargo, como dice Teodosio Fernández, «la versión de Rodó fue la que encontró un eco definitivo».
Rodó estructura su ensayo en un prólogo, seis partes y una conclusión. Pero una de las características originales de la obra es que Rodó plantea su discurso de una forma muy literaria: «Aquella tarde, el viejo y venerado maestro, a quien solían llamar Próspero, por alusión al sabio mago de La Tempestad shakespeariana, se despedía de sus jóvenes discípulos, pasado un año de tareas, congregándolos una vez más a su alrededor». Así empieza el prólogo; la identificación de Rodó con Próspero es evidente.
El contexto situacional queda descrito como la amplia sala de estudios del maestro repleta de libros y con una estatua de bronce que representaba la figura de Ariel (personaje de La Tempestad) dominándolo todo. Inmediatamente encontramos qué significa cada símbolo: «Ariel, genio del aire representa [...] la parte noble y alada del espíritu. Ariel es el imperio de la razón [...] el entusiasmo generoso [...] la espiritualidad de la cultura, la vivacidad y la gracia de la inteligencia [...] Calibán, símbolo de sensualidad y de torpeza, con el pincel perseverante de la vida».
Tenemos los elementos principales en torno a los que girará la obra. Una vez sentadas las bases, el maestro Próspero comienza a hablar a sus jóvenes discípulos.

Parte I. El papel de la juventud en la historia de la humanidad

En esta primera parte, Próspero expone los motivos de su discurso. Considera a la juventud «un terreno generoso donde la simiente de una palabra oportuna suele rendir, en corto tiempo, los frutos de una inmortal vegetación». La juventud tiene la misión de ir renovando, en cada generación, los ideales de la humanidad. Es interesante lo que dice al respecto Jorge Rufinelli. Explica que esta juventud no era sólo el grupo de personas jóvenes, sino el mismo continente americano, un continente “joven” en comparación con la vieja Europa. Y añade que «gracias a esta juventud, es posible el discurso de Ariel [...] sin la flexibilidad de lo inmaduro, no habría tenido sentido el proyecto de orientación espiritual que se propuso Rodó». De esta manera, pone en manos de la juventud americana el futuro del joven continente: «Toca al espíritu juvenil la iniciativa audaz, la genialidad innovadora [...] yo creo que América necesita grandemente de su juventud». ¿Para qué? ¿Por qué necesita América a sus jóvenes?

Parte II. Los peligros del utilitarismo

En la segunda parte, Próspero comienza su ataque al utilitarismo. Apoyándose constantemente en la “biblioteca europea” – Michelet, Guyau, Renan... – advierte que, ante todo, el individuo humano debe esforzarse en ser «un ejemplar no mutilado de la humanidad». Y dice esto porque considera, como un primer efecto grave del utilitarismo, la estrechez mental: critica la especialización en la educación – campo fundamental para Rodó –, pues el fin utilitario «se empeña en mutilar, por medio de ese utilitarismo y una especialización prematura, la integridad natural de los espíritus», destacando que esta forma de interpretar la educación prepara «espíritus estrechos [...] incapaces de considerar más que el único aspecto de la realidad con que estén inmediatamente en contacto».
El ejemplo de una sociedad opuesta a este utilitarismo especializado es Atenas: «fundó su concepción de la vida en el concierto de todas las facultades humanas [...] supo engrandecer a la vez el sentido de lo ideal y el de lo real, la razón y el instinto, las fuerzas del espíritu y las del cuerpo», es decir, supo encontrar el equilibrio entre Ariel y Calibán. Sin embargo, el ejemplo ateniense queda muy en el pasado, porque en la sociedad que analiza el maestro, «el sentido de la utilidad material y el bienestar domina el carácter [...] los resultados del espíritu estrecho y la cultura unilateral son particularmente funestos [...] los diarios afanes por la utilidad». Aunque Mario Benedetti comentó que Rodó «no fue un adelantado, ni pretendió serlo [...] penetró en el siglo XX, pero más bien lo visitó como turista», estas palabras parecen una profecía inquietante sobre la sociedad actual.
Próspero explica con un cuento – un rasgo más de la literariedad del texto – el concepto de “ocio noble” que según él imperaba en la Grecia clásica y que simboliza Cleanto en el cuento: la doble actividad, el equilibrio antes mencionado. Pero siempre se debe permanecer alerta, porque la parte útil prescinde en primer lugar de la vida interior que tan bien describe en el cuento, la parte espiritual del ser humano que lo hace tal, es decir, Ariel.

Parte III. Dos modelos a seguir: Grecia y el cristianismo primigenio

Profundiza entonces en el modelo que se debe seguir: «La perfección de la moralidad humana consistiría en infiltrar el espíritu de la caridad en los moldes de la elegancia griega». Y afirma que esto ocurrió una vez: cuando el cristianismo recién nacido llegó a Grecia de la mano de San Pablo; «los dos ideales más altos de la historia».
Entonces reflexiona sobre el buen gusto – «una segunda conciencia que nos orienta y nos devuelve a la luz» - frente al mal gusto – cuyo mayor ejemplo fue Nerón, «el germen del histrionismo monstruoso» –. ¿Qué importancia tiene la separación de uno u otro? Porque ambas concepciones están ligadas a la idea del Bien y el Mal, lo correcto y lo erróneo.
Poco a poco, Próspero está conduciendo con sus razonamientos a sus discípulos al terreno fundamental de su discurso; ahora entrará de lleno en materia.

Parte IV. Oposición al utilitarismo: la «oligarquía de los hombres sabios»

«A la concepción de la vida racional que se funda en el libre y armonioso desenvolvimiento de nuestra naturaleza», es decir, al ejemplo de perfección que acaba de exponer – Grecia y el cristianismo – «se opone – como norma de conducta humana – la concepción utilitaria [...] la inmediata finalidad del interés». Una vez más, opone los dos ideales, Ariel y Calibán.
Según Próspero, dos son las causas fundamentales de la preminencia del espíritu útil en su sociedad:
- las revelaciones de la ciencia
- la universal difusión y el triunfo de las ideas democráticas
Esta afirmación, que suena tremendista en nuestros días, es justificada en los párrafos siguientes. El programa de Rodó en boca de Próspero apuesta por una aristarquia: la democracia mal planteada iguala en la mediocridad, favorece a los vulgares, «siendo la democracia la entronización de Calibán». Lo que debe hacerse es educar, que todos tengan el mismo derecho para recibir una educación óptima; pero después, deben gobernar los mejores, una «oligarquía de los hombres sabios». Y hace una reflexión muy interesante que nos fuerza a recordar la dicotomía presentada por Sarmiento: «La multitud, la masa anónima, no es nada por sí misma. La multitud será un instrumento de barbarie o de civilización según carezca o no del coeficiente de una alta dirección moral». Y añade: «En ausencia de la barbarie irruptora que desata sus hordas sobre los faros luminosos de la civilización [...] la alta cultura de las sociedades debe precaverse contra [...] las hordas inevitables de la vulgaridad».
Todo esto no quiere decir que la democracia deba ser abolida; lo que quiere recalcar es el papel determinante, básico, que desempeña la educación, la educación de todos, y el tipo de educación correcta, que esté enfocada – como ya se ha visto – a la potenciación del ser humano como tal, que tienda al perfeccionamiento de este, no a su mutilación intelectual y espiritual.
Los mejores, «la oligarquía de sabios», se encargarían entonces de dirigir al resto, a la masa, servirían «de modelos vivos e influyentes»; y el resultado de este proceso sería una «democracia noble, justa; de una democracia dirigida por la noción y el sentimiento de verdaderas superioridades humanas; de una democracia en la cual la supremacía de la inteligencia y la virtud [...] reciba su autoridad y su prestigio».
Una vez más vemos la forma de razonamiento de Rodó: opone conceptos y resultados con una visión que, desde nuestra perspectiva y con el tiempo que ha pasado, más que idealista suena utópica. Porque a este modelo ideal contrapone el modelo utilitarista exitoso en ese momento, un modelo que ha pervivido y progresado hasta hoy, donde domina de forma feroz; este modelo es analizado con detenimiento en la quinta parte.

Parte V. Estados Unidos: el peligro que llega del norte

«Si ha podido decirse del utilitarismo que es el verbo del espíritu inglés, los Estados Unidos pueden ser considerados la encarnación del verbo utilitario». No se anda con eufemismos Rodó.
Considera que el peligro está en la imitación del modelo que representa Estados Unidos, un modelo que define deslatinizado, donde lo beneficioso y lo útil están por encima de todo, donde impera el ejemplo de los fuertes. El siguiente párrafo es básico para entender no sólo el momento de la América latina de Rodó, sino incluso nuestra actual sociedad capitalista: «Comprendo bien que se aspire a rectificar, por la educación perseverante, aquellos trazos del carácter de una sociedad humana que necesiten concordar con nuevas exigencias de la civilización y nuevas oportunidades de la vida, equilibrando así, por medio de una influencia innovadora, las fuerzas de la herencia y la costumbre. Pero no veo la gloria, ni en el propósito de desnaturalizar el carácter de los pueblos — su genio personal —, para imponerles la identificación con un modelo extraño al que ellos sacrifiquen la originalidad irreemplazable de su espíritu; ni en la creencia ingenua de que eso pueda obtenerse alguna vez por procedimientos artificiales e improvisados de imitación. Ese irreflexivo traslado de lo que es natural y espontáneo en una sociedad al seno de otra, donde no tenga raíces ni en la naturaleza ni en la historia, equivalía para Michelet a la tentativa de incorporar, por simple agregación, una cosa muerta a un organismo vivo. En sociabilidad, como en literatura, como en arte, la imitación inconsulta no hará nunca sino deformar las líneas del modelo. El engaño de los que piensan haber reproducido en lo esencial el carácter de una colectividad humana, las fuerzas vivas de su espíritu, y, con ellos, el secreto de sus triunfos y su prosperidad, reproduciendo exactamente el mecanismo de sus instituciones y las formas exteriores de sus costumbres, hace pensar en la ilusión de los principiantes candorosos que se imaginan haberse apoderado del genio del maestro cuando han copiado las formas de su estilo o sus procedimientos de composición».
Entonces pasa a identificar el carácter su pueblo con la herencia latina, «una herencia de raza, una gran tradición étnica que mantener, un vínculo sagrado que nos une a inmortales páginas de la historia». Es decir, propone acogerse al modelo clásico (el pasado) para desde el presente proyectar un futuro. Como afirma Teodosio Fernández, «los planteamientos de Echeverría sobre la emancipación mental habían perdido vigencia, pues ahora se trataba de conjugar lo que se era con lo que se deseaba ser, la aceptación del pasado con una visión esperanzada del futuro».
Y una vez más contrapone los modelos, esta vez centrándose en el análisis de la sociedad estadounidense, «esa civilización que algunos nos ofrecen como único y absoluto modelo».
Primero, va alabando las cualidades positivas que encuentra en los vecinos del norte: fueron los primeros en hacer surgir el modelo de libertad, pues pusieron el ejemplo de la posibilidad de una gran república; es una sociedad fuerte, tenaz, perseverante, que rinde culto al trabajo; posee un instinto de curiosidad insaciable; han hecho de la escuela el fundamento de su prosperidad; son prácticos y eficaces de forma admirable; poseen un sentimiento religioso delicado y profundo; sienten la necesidad de mantenerse sanos y vigorosos... Pero después de estos elogios, añade una frase que ha pasado a la historia: «aunque no les amo, les admiro».
Sin embargo, insiste en que no es el modelo que debe imitar América latina, porque «aquella civilización produce en su conjunto una singular impresión de insuficiencia y de vacío [...] vive para la realidad inmediata del presente y por ello subordina toda su actividad al egoísmo del bienestar personal y colectivo». Insisto en el carácter visionario de las palabras de Rodó.
A continuación, se reproducen textualmente algunas afirmaciones de Rodó sobre Estados Unidos y su genio: «el norteamericano ha logrado adquirir con ellas, plenamente, la satisfacción y la vanidad de la magnificencia suntuaria; pero no ha logrado adquirir la nota escogida del buen gusto...
... Menosprecia todo ejercicio del pensamiento que prescinda de una inmediata finalidad [...] la investigación no es para él sino el antecedente de la aplicación utilitaria ...
... el resultado de su porfiada guerra a la ignorancia ha sido la semicultura universal y una profunda languidez de la alta cultura. En igual proporción que la ignorancia radical, disminuyen en el ambiente de esa gigantesca democracia, la superior sabiduría y el genio ...
... el éxito debía ser considerado la finalidad suprema de la vida ...
... el gobierno de la mediocridad [...] el absolutismo del número [...] impone así la lógica de sus resultados en la vida política, como en todos los órdenes de la actividad ...
... Hoy, ellos aspiran manifiestamente al primado de la cultura universal, a la dirección de las ideas, y se consideran a sí mismos los forjadores de un tipo de civilización que prevalecerá».
Pero no debemos confundirnos. Rodó repudia, no a Estados Unidos, sino, como explica Jorge Rufinelli, «la hegemonía del utilitarismo, el peligro de convertirlo en paradigma de la civilización [...] lo que le inquietaba era la fuerza del “espíritu calibanesco” en los Estados Unidos”, y cómo ese espíritu estaba siendo trasplantado a las naciones latinoamericanas, que querían seguir el modelo norteamericano que le estaban imponiendo. Esa advertencia es el eje central de Ariel. Plantea a la juventud americana no que se conviertan en un pueblo idealista y espiritualista – reconoce un poco después que «sin la conquista de cierto bienestar material es imposible, en las sociedades humanas, el reino del espíritu» –, sino la anulación de la parte espiritual por la parte útil.
Y cierra tendiendo una mano a esta sociedad que había criticado: «esperemos que el espíritu de aquel titánico organismo social, que ha sido hasta hoy voluntad y utilidad solamente, sea también algún día inteligencia, sentimiento, idealidad».

Parte VI. El trabajo que se plantea a la juventud americana

Después de todo lo expuesto, Próspero se dirige directamente a sus discípulos, a la juventud, conminándolos a la acción. «A vuestra generación toca impedirlo». Deben impedir que los países de la América latina caigan en las redes del calibanismo, del utilitarismo, deben impedir que los pueblos latinoamericanos pierdan su esencia, su espíritu. Y todo esto mirando al futuro, al porvenir – «consagrad una parte de vuestra alma al porvenir desconocido» –, sin prisas. En sus manos está hacer un trabajo lento, minucioso, de una trascendencia fundamental para el futuro de sus naciones. «No seréis sus fundadores, quizá; seréis los precursores». Y para remarcarlo, invoca de nuevo la figura de Ariel, el símbolo de la «idealidad y orden en la vida, noble inspiración en el pensamiento, desinterés en moral, buen gusto en arte, heroísmo en la acción, delicadeza en las costumbres».
A tono con su carácter, Rodó expresa su esperanza en este porvenir, está seguro de la victoria de Ariel sobre Calibán.
La obra concluye con la despedida de los jóvenes de la casa de Próspero a última hora de la tarde. Según escribe Rodó, se sumergen en la realidad, entre la muchedumbre que pasa por la calle, esa muchedumbre que ellos debían guiar por los senderos que les había marcado el maestro.

Importancia de Ariel

Después de haber considerado minuciosamente las partes de la obra, podemos preguntarnos, ¿qué valor presenta hoy el texto para nosotros? Pues bien, para el lector actual, Ariel presenta principalmente dos grados básicos de importancia, una por el fondo – lo que dice – y otro por la forma – cómo lo dice –.
Respecto a lo que dice, podemos considerar Ariel como un paso más en aquella contraposición que se inició a principios del XIX con la emancipación de la metrópoli. Así, nos remitimos a Esteban Echeverría, que sienta las bases de la independencia cultural e intelectual del que había sido modelo obligado y plantea los primeros textos sobre la dicotomía civilización/barbarie con su poema La Cautiva o el relato El matadero; pasamos por el pensamiento de Domingo Faustino Sarmiento, que identifica civilización con el modelo europeo y urbano, y barbarie con la Pampa y los gauchos; luego los autores de la poesía gauchesca, como Hidalgo, Ascasubi, hasta Hernández, que convierten al representante de la barbarie para Sarmiento en símbolo de la nación. Y por último Martí; él es quién reformula esta dicotomía, hablando de “nuestra América mestiza”, un concepto que engloba a todos, un único valor que sustituye la oposición civilización/barbarie - «Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas» o «Nuestra Grecia es preferible a la Grecia que no es nuestra» son dos frases míticas que incluyó en su no menos mítico ensayo Nuestra América –. Pues, llegados a este punto, Rodó plantea su programa, revisa los conceptos y los transforma; la dicotomía, en ese momento, pasaba a ser utilitarismo/espiritualismo. El modelo a seguir – al fin y al cabo se sigue tratando de la identidad de los pueblos emancipados – debía ser el clásico, pero adaptado al presente y con perspectivas de futuro.
Y este programa, y ya entramos en el aspecto de la forma, es expuesto con un profundo sentido estético, con carácter narrativo: una historia cuyos personajes son tomados de la tradición europea – parten de Shakespeare, pero es muy importante la reflexión de Renan – y que funcionan de forma simbólica. Presenta una estructura formalmente cerrada – se inicia con la llegada a la casa de Próspero y finaliza cuando se van – y todo ello con una prosa magnífica. “Rodó tuvo la obsesión de la forma y logró nuevas modalidades y matices de expresión, huyendo de la vulgaridad y de la frase hecha. Esa fue su más significativa aportación al movimiento modernista”, comentó Max Henríquez Ureña. «Rodó era un pensador; era también un artista. Su prosa se benefició de ambos talentos», escribió Anderson Imbert. Lago Carballo afirma que «el estilo discursivo y preciosista de Rodó, tan distinto a los modos y gustos actuales, requiere por parte del lector una disposición de ánimo con sensibilidad propicia a la comprensión de un texto propio del modernismo literario».
Es evidente que el texto de Rodó no responde a los modelos actuales de prosa ensayística, pero esto, antes que un impedimento debe resultar un atractivo para el lector moderno, un acicate para acercarse a un texto exquisito que plantea, con una deliciosa claridad expositiva, el pensamiento del uruguayo. Un sencillo ejemplo de la cuidada prosa de Rodó queda expuesto en el siguiente párrafo: «Si, por desdicha, la humanidad hubiera de desesperar definitivamente de la inmortalidad de la conciencia individual, el sentimiento más religioso con que podría sustituirla sería el que nace de pensar que, aun después de disuelta nuestra alma en el seno de las cosas, persistiría en la herencia que se transmiten las generaciones humanas lo mejor de lo que ella ha sentido y ha soñado, su esencia más íntima y más pura, al modo como el rayo lumínico de la estrella extinguida persiste en lo infinito y desciende a acariciarnos con su melancólica luz» .
Vigencia de Ariel Como ya hemos visto, Mario Benedetti dudó de la capacidad visionaria de Rodó; respetando la opinión del gran escritor uruguayo, creemos que la descripción de la sociedad utilitarista que aparece en Ariel puede utilizarse para nuestra sociedad. Pecó de idealismo, en todo caso. “Rodó ante todo y por sobre todo, es un idealista. Después, es un optimista”, escribió Víctor Pérez Petit, su primer biógrafo además de amigo 15 . Él confiaba en el porvenir, creía en la victoria de Ariel sobre Calibán; sin embargo, como expone en su estudio Selena Millares, a lo largo del siglo XX esta dicotomía ha sido revisada y replanteada bajo el prisma de los hechos históricos, nada favorables para los ideales que representa Ariel.
De todas maneras, el planteamiento de Rodó a favor del espiritualismo – entendido a la manera que hemos estado viendo – frente al utilitarismo excluyente, si bien suena a utopía irrealizable en las sociedades occidentales actuales, puede plantearse como modelo individual, como plan de vida personal frente a una sociedad calibanesca donde, como bien expuso Rodó, prima lo útil por encima de todas las cosas. Quién sabe sobre qué cabezas sigue revoloteando el espíritu alado.

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