12/9/10

A PUERTA CERRADA



“No comparto tu opinión pero daría mi vida por defender tu derecho a expresarla”, dijo Voltaire, en una frase que resume el sentido no sólo de la libertad sino del reconocimiento del “otro” distinto, que no siempre es santo de nuestra devoción, pero que más allá de afectos o desafectos tiene que ser asumido en su carácter de ser y estar siendo en el mundo.

“El infierno son los otros”, proclamó Sartre por boca de uno de sus personajes en la obra teatral “A puerta cerrada”, en la que también dio vida a Garcin, el cobarde que finge ser valiente y a Inés, otro personaje que denuncia “el verdugo es cada uno de nosotros para los otros”, frase que expresa la potencial lucha a la que inevitablemente nos enfrentamos en la medida que nos planteamos emitir nuestras ideas, opinar y coexistir dentro de una sociedad.

Esta lucha por la sobrevivencia, por ser y manifestarse, se vuelve doblemente cruenta cuando las sociedades se debaten en una crisis social, política y por ende también existencial y moral, porque en medio de la destrucción hombres y mujeres se encuentran ante la posibilidad y la tentación de creerse pequeños dioses que pueden dominar pequeños mundos y sobre todo se ven asaltados por la tentación de dominar a los otros con los que conviven. Este es sin duda el momento en el que se levantan pequeños reinos con pequeños reyezuelos que se creen dragones y que se aprestan a engullirse a todo aquel que se atreva a ser independiente en el plano de las ideas, del afecto, de los principios.

Esta situación se reproduce en todas las escalas imaginables de una sociedad que se aventura a producir caudillos grandes, medianos o pequeños, autoproclamados como tales en el ámbito económico, político, comunicacional, judicial, etc, ufanándose de sus abusos de poder bajo el rotulo de que pueden censurar, criticar, imponer sus criterios arbitrariamente, además de quitarles poder a los otros y pasar sobre ellos e incluso destruirlos.

A esto y mucho más nos enfrentamos en el contexto del mundo que hoy se desploma frente a otro que promete emerger pero que no termina de nacer y que se aborta a sí mismo y hace aguas a cada paso y ante nuestro asombro dilata el advenimiento no sólo de la cordura y razonabilidad sino sobre todo del reconocimiento de los otros semejantes en sus diferencias sustanciales.

Es en medio de esta crisis social, política y por ende existencial y de valores que claudican quienes ceden a la tentación de convertirse en el infierno que pretende condenar a los otros. Un infierno que adviene bajo la pretensión de quita la libertad del oponente, tal como planteó Sartre en la construcción de su personaje, el más cobarde que hace hasta lo imposible por parecerse a un valiente, convirtiéndose en un remedo de valiente que mete miedo a los otros en la medida que se jacta de someterlos.

Por supuesto que el sometimiento nunca adviene como consecuencia de una acción externa, sino como resultado de una aceptación interna de aquel que decide someterte, de aquel que mentalmente acepta postrarse. Las agresiones, los métodos de persecución, las amenazas no son los desencadenantes del sometimiento, pues el que acepta subordinarse pasa por un proceso mental que prueba sus fuerzas internas, sus valores sociales y su sentido o no de la libertad y la autodeterminación.

Estamos plenamente conscientes de que la lucha por sobrevivir en cualquier plano de la existencia es inevitable, pues la coexistencia social nos exige superponernos en diferentes espacios de relacionamiento, a saber familiar, político, afectivo, entre otros; pero esta lucha no puede ser darwiniana sino que debe tener un límite, no puede desbocar en actos de abusos, toda lucha contempla reglas, contempla una lid que debe tener por límite el no llevarnos a un campo de atropellos irrestrictos.

Frente a esta circunstancia aparecen los personajes que juegan a despistados, que proclaman no saber nada, que no están enterados de los abusos que sus coreligionarios están practicando. Esto suma al abuso el ingrediente del falseamiento de los hechos y de la mentira para tratar de convertir al agredido en un tonto util. La sumatoria de abusos, de mensajes contradictorios, de irrespeto al terreno que necesariamente se tiene que compartir para lograr una coexistencia, termina por hacer explotar las relaciones que en el proceso se van desgastando inevitablemente.

Esto está pasando en nuestro país entre oficialismo y oposición, pero ocurre también al interior del oficialismo y de la oposición. El problema de las relaciones políticas es complejo, las lealtades son complejas y pueden ser interpretadas de diversas formas, porque la lealtad no es un tema de obediencia ciega a un “jefe” sino más bien de principios, de coincidencia en principios y oportunidades para servir a la sociedad a la que se representa. Este es el motivo por el que la tolerancia del más tolerante finalmente llega a un límite, considerando que todo ser humano y toda causa exigen una reivindicación a fin de que no terminen postrándose al sometimiento.

Es de todos conocidos que el conflicto explota cuando se agotan las posibilidades del diálogo, de acuerdos y consensos. No en vano Clouzet expresó que la guerra es el fracaso de la política; y Foucault agregó que la guerra es la continuidad de la política, sigue a la política inevitablemente, cada vez que las acciones políticas no consiguen mantenerse y transformarse en acuerdos o concesiones mutuas. Entonces, cuando el otro se transforma en infierno, se corta el diálogo y se gesta la confrontación, como el camino que queda para que el atacado o bajo amenaza de subordinación busque una reivindicación. Por supuesto que no existe dialogo cuando el “otro” tomó ya la decisión de volverse infierno y escapa al diálogo situándose en la confrontación que burla las demandas de quienes debieron ser tratados como socios. Quien en estas circunstancias no lucha se destina a una servidumbre del otro.

Es imposible zafar el conflicto cuando “los otros” se deciden y se inclinan por acciones de dominación. Pero si el infierno son los otros, la salvación también está en los otros.