29/4/10

POEMAS PARA EL DIA DE LA MADRE

EL BRINDIS DEL BOHEMIO
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En torno de una mesa de cantina
una noche de invierno,
regocijadamente departían
seis alegres bohemios.

Los ecos de sus risas escapaban
y de aquel barrio quieto,
iban a interrumpir el imponente
y profundo silencio.

El humo de olorosos cigarrillos
en espirales se elevaba al cielo,
simbolizando, al revolverse en nada,
la vida de los sueños.

Pero en todos los labios había risas,
inspiración en todos los cerebros,
y, repartidas en la mesa, copas
pletóricas de ron, whisky o ajenjo.

Era curioso ver aquel conjunto,
aquel grupo bohemio,
del que brotaba la palabra chusca,
la que vierte veneno,
lo mismo que, melosa y delicada,
la música de un verso.

A cada nueva libación, las penas
hallábanse más lejos
del grupo, y nueva inspiración llegaba
a todos los cerebros,
con el idilio roto que venía
en alas del recuerdo.

Olvidaba decir que aquella noche,
aquel grupo bohemio,
celebraba entre risas, libaciones,
chascarrillos y versos,
la agonía de un año que amarguras
dejo en todos los pechos,
y la llegada, consecuencia lógica,
del feliz año nuevo...

una voz varonil dijo de pronto:
-Las doce, compañeros.
Digamos el requiescat por el año
que ha pasado a formar entre los muertos.
¿Brindemos por el año que comienza!
porque nos traiga ensueños;
porque no sea su equipaje
un cúmulo de amargos desconsuelos...

-Brindo, dijo otra voz, por la esperanza
que a la vida nos lanza,
de vencer los rigores del destino,
por la esperanza, nuestra dulce amiga,
que las penas mitiga
y convierte en vergel nuestro camino.

Brindo porque ya hubiese a mi existencia
puesto fin con violencia
esgrimiendo en mi frente mi venganza;
si en mi cielo de tul limpio y divino
no alumbrara mi sino
una pálida estrella: mi esperanza.

-¡Bravo! Dijeron todos, inspirado
esta noche has estado
y hablaste bueno, breve y substancioso.
El turno es de Raúl; alce su copa y brinde por: Europa,
ya que su extranjerismo es delicioso...

-Bebo y brindo, clamó el interpelado;
brindo por mi pasado,
que fue de luz, de amor y de alegría,
en donde hubo mujeres seductoras
y frentes soñadoras
que se juntaron con la frente mía.

Brindo por el ayer que en la amargura
que hoy cubre de amargura
mi corazón, esparce sus consuelos
trayendo hasta mi mente las dulzuras
de goces, de ternuras,
de dichas, de deliquios, de desvelos.

-Yo brindo, dijo Juan, porque en mi mente
brote un torrente
de inspiración divina y seductora,
porque vibre en las cuerdas de mi lira
el verso que suspira,
que sonríe, que canta y que enamora.

Brindo porque mis versos cual saetas
lleguen hasta las grietas,
formadas de metal y de granito,
del corazón de la mujer ingrata
que a desdenes me mata...
¡pero que tiene un cuerpo muy bonito!

Porque a su corazón llegue mi canto,
porque enjuguen mi llanto
sus manos que me causan embelesos;
porque con creces mi pasión me pague...
¡vamos! porque me embriague
con el divino néctar de sus besos.

Siguió la tempestad de frases vanas,
de aquellas tan humanas
que hallan en todas partes acomodo,
y en cada frase de entusiasmo ardiente,
hubo ovación creciente,
y libaciones, y reír, y todo.

Se brindo por la Patria, por las flores,
por los castos amores
que hacen un valladar de una ventana,
y por esas pasiones voluptuosas
que el fango del placer llenan de rosas
y hacen de la mujer la cortesana.

Solo faltaba un brindis, el de Arturo.
El del bohemio puro de noble corazón y gran cabeza;
aquel que sin ambages declaraba
que solo ambicionaba
robarle inspiración a la tristeza.

Por todos estrechado, alzó la copa
frente a la alegre tropa
desbordante de risa y de contento;
los inundo con la luz de una mirada,
sacudió su melena alborotada
y dijo así, con inspirado acento:

-Brindo por la mujer, mas no por esa
en la que halláis consuelo en la tristeza,
rescoldo del placer... ¡desventurados!;
no por esa que os brinda sus hechizos
cuando besáis sus rizos
artificiosamente perfumados.

Yo no brindo por ella, compañeros
siento por esta vez, no complaceros.
Brindo por la mujer, pero por una,
por la que me brindo sus embelesos
y me envolvió en sus besos:
por la mujer que me arrullo en la cuna.

Por la mujer que me enseño de niño
lo que vale el cariño
exquisito, profundo y verdadero;
por la mujer que me arrullo en sus brazos
y que me dio en pedazos,
uno por uno, el corazón entero.

¡Por mi madre! bohemios, por la anciana
que piensa en el mañana
como en algo muy dulce y muy deseado,
porque sueña tal vez que mi destino
me señala el camino
por el que volveré pronto a su lado.

Por la anciana adorada y bendecida,
por la que con su sangre me dio vida,
y ternura y cariño;
por la que fue la luz del alma mía,
y lloro de alegría,
sintiendo mi cabeza en su corpiño.

Por esa brindo yo, dejad que llore,
y en lágrimas desflore
esta pena letal que me asesina;
dejad que brinde por mi madre ausente,
por la que llora y siente
que mi ausencia es un juego que calcina.

Por la anciana infeliz que sufre y llora
y que del cielo implora
que vuelva yo muy pronto a estar con ella;
por mi Madre bohemios, que es dulzura
vestida en mi amargura
y en esta noche de mi vida, estrella...

El bohemio calló; ningún acento
profanó el sentimiento
nacido del dolor y la ternura,
y pareció que sobre aquel ambiente
flotaba inmensamente
un poema de amor y de amargura.


LA CHACHA MICAILA
Antonio Guzmán Aguilera
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Mi cantón, magrecita del alma,
ya pa´que lo quero,
si se jué la paloma del nido
si me falta el calor de su cuerpo,
si ya sus canarios
de tiricia se han ido muriendo,
si los capulines
ya no sueltan sus frutos del tiempo,
y las campanillas, las adormideras
se han caído, tan recio
que cualquiera que va a visitarme
pisa sobre pétalos.

Y yo que la vide, dialtiro decáida
y con los ojos negros
zambutidos en una ojeras
moradas, y aluego
los tales quejidos
los tales mareos
que dizque eran váidos
al decir del médico.
Yo nomás de acordarme, padezco.
¡Algame la Virgen!,
mucho escalofrío
y me hogo del pecho,
y se mi hacen manos y pieses,
como los badajos de los timbres eléctricos.

¡Que poco a poquito se me jue muriendo!
y lloraba la probe en silencio.
-No llores Micaila,
por toitos los santos del cielo,
tosía y tosía
y al decirlo lloraba yo mesmo.
-Si te pondrás güena,
con los revoltijos que te ha dao el médico,
no sias desconfiada con las medecinas,
que a mi me sacaron del maldito infierno.

¡Ándale mi Chacha,
quero ver en tu rostro trigüeño
como dos tizones
achispaos tus lindos ojuelos.
¡Ah, se me olvidaba decirte que trujo
un rebozo de bola
mi compadre Chencho,
pa´cuando te alivies
y en el cuaco trotón, en el prieto,
he pensado pa´entonces que vayamos
los dos riales un sábado a verlo!
¿Queres? Y el domingo le entraremos
al mole muy rico,
y a la barbacoa,
y a los asaderos,
al paso golvemos
y en cuanto que Dios oscurezca,
por el llano, abajo,
asegún se sigue la falda del cerro ...
¡Micaela no llores!
y le daba un beso

Ella se sonreía,
un instante, pero
me miraba con una tristeza
como si la sombra del presentimiento
la preñara los ojos de llanto,
que después derramaba en silencio.

El día de su muerte,
su rostro cenizo, me dió mucho miedo.
-¿Pos que tienes Chacha?
-No sé lo que tengo,
pero sé que me voy y es pa´siempre.
-Correré si queres por el siñor médico.
¿Quieres trigüeñita?
-Ya pa´qué, mejor tate sosiego.
Antes de que me ahoguen los remordimientos
quero hablarte por último, Chacho.
Asiéntate y oye, yo quise decírtelo
dende hace mucho tiempo
y a la mera, no, pos yo me ciscaba.
¡Como una es mujer! Chacho, ¡qué caray!
y el miedo dizque no anda en burro
pero ora qué li hace, mi negro,
si ya se muere tu Chacha
que li hace que sepas mi horrible secreto.

Hace unos seis años, siguro, ¿recuerdas
que nos envitaron a los herraderos
los siñores amos?
-¡Vaya si me acuerdo!
¿No jue aquel domingo
que salí cornao por un toro prieto,
cerca de las trancas, en el Rancho Verde
de ñor Juan?
-El mesmo,
ya vide que tiás acordado;
pos ay tienes nomás que al saberlo,
de la casa grande
por la puerta mesma me salí corriendo
y en las trancas jallé a don Antonio,
aquel hijo mayor de don Pedro,
que era entonces alcalde del pueblo.

Preguntéle al punto
por ti, por tu herida, por tu paradero,
y me dijo que en una camilla
te jalaron pa´casa del médico,
y que si quería me llevaba en ancas.
En el punto mesmo
aceité, ¡qué caray!, no era cosa
de dejarte morir como un perro.
No nos vido salir de las trancas
naiden, y llegando de un bote al potrero
y a galope tendido trepamos
a la cuesta del cerro,
y al bajar la barranca del Cristo,
tan jonda y tan negra,
don Antonio empezó con sus cosas,
con sus chicoleos:
que si yo era una rosa de mayo,
que si eran mis ojos nocturnos luceros.
Yo a todo callaba, él se puso necio
y me dijo que tu eras muy probe:
total un ranchero;
que él, en cambio, era dueño de hacienda
con muchas talegas de pesos;
que ti abandonara
y nos juéramos pa´México,
o pa´las Uropas o pa´los Querétaros.
Yo me puse muy jira y le dije
que aunque probe me daba mi prieto
pa´presumir mucho
y andar diariamente con el zagalejo
muy lentejuchao,
y cada semana con rebozo nuevo.
-Pos si no por amor, por la juerza,
me dijo rayando su penco;
y sin más me apretó la centura
y mi boca mancho con un beso.
Nunca lo hubiera hecho, sentí que la sangre
cegaba mis ojos, y el furor, mi seno;
saqué del arzón el machete,
y por las espaldas, lo jundi en su cuello.
Cayó pa´adelante con un grito horrendo,
y rodó rebotando hasta el jondo
del desfiladero ...
Naiden supo nada;
cuando la jallaron todito disecho,
guiados por el puro jedor del barranco,
los jueces dijeron,
quesque jue un suicidio,
por no sé qué amores y demás enredos.
Yo me estuve callada la boca
pero ahora pos dime: ¿Ya pa´qué, mi prieto?

Se quedó como estática, acaso
rezaba al morir, por el muerto.
La abracé en silencio
la besé en silencio
y a poco a poquito,
se me jue muriendo ...

Mi jacal tá maldito ...
si lo queres, madre, pos ai te lo dejo,
si te cuadra, quémalo,
no lo queres, véndelo;
yo me guelvo a la filas, mi mama.
a peliar por la patria me guelvo;
si me quebra una bala, ¡qué hace!
al cabo en el mundo,
pa´los que sufrimos la muerte en el alma
vivir o morir es lo mesmo.
Mi cantón, magrecita del alma.
sin ella ¿ya pa´qué lo quero ...?


EL SEMINARISTA DE LOS OJOS NEGROS
Miguel Ramos Carrión


Desde la ventana de un casucho viejo
abierta en verano, cerrada en invierno
por vidrios verdosos y plomos espesos,
una salmantina de rubio cabello
y ojos que parecen pedazos de cielo,
mientas la costura mezcla con el rezo,
ve todas las tardes pasar en silencio
los seminaristas que van de paseo.

Baja la cabeza, sin erguir el cuerpo,
marchan en dos filas pausados y austeros,
sin más nota alegre sobre el traje negro
que la beca roja que ciñe su cuello,
y que por la espalda casi roza el suelo.

Un seminarista, entre todos ellos,
marcha siempre erguido, con aire resuelto.
La negra sotana dibuja su cuerpo
gallardo y airoso, flexible y esbelto.
Él, solo a hurtadillas y con el recelo
de que sus miradas observen los clérigos,
desde que en la calle vislumbra a lo lejos
a la salmantina de rubio cabello
la mira muy fijo, con mirar intenso.
Y siempre que pasa le deja el recuerdo
de aquella mirada de sus ojos negros.
Monótono y tardo va pasando el tiempo
y muere el estío y el otoño luego,
y vienen las tardes plomizas de invierno.

Desde la ventana del casucho viejo
siempre sola y triste; rezando y cosiendo
una salmantina de rubio cabello
ve todas las tardes pasar en silencio
los seminaristas que van de paseo.

Pero no ve a todos: ve solo a uno de ellos,
su seminarista de los ojos negros;
cada vez que pasa gallardo y esbelto,
observa la niña que pide aquel cuerpo
marciales arreos.

Cuando en ella fija sus ojos abiertos
con vivas y audaces miradas de fuego,
parece decirla: —¡Te quiero!, ¡te quiero!,
¡Yo no he de ser cura, yo no puedo serlo!
¡Si yo no soy tuyo, me muero, me muero!
A la niña entonces se le oprime el pecho,
la labor suspende y olvida los rezos,
y ya vive sólo en su pensamiento
el seminarista de los ojos negros.

En una lluviosa mañana de inverno
la niña que alegre saltaba del lecho,
oyó tristes cánticos y fúnebres rezos;
por la angosta calle pasaba un entierro.

Un seminarista sin duda era el muerto;
pues, cuatro, llevaban en hombros el féretro,
con la beca roja por cima cubierto,
y sobre la beca, el bonete negro.
Con sus voces roncas cantaban los clérigos
los seminaristas iban en silencio
siempre en dos filas hacia el cementerio
como por las tardes al ir de paseo.

La niña angustiada miraba el cortejo
los conoce a todos a fuerza de verlos...
tan sólo, tan sólo faltaba entre ellos...
el seminarista de los ojos negros.

Corriendo los años, pasó mucho tiempo...
y allá en la ventana del casucho viejo,
una pobre anciana de blancos cabellos,
con la tez rugosa y encorvado el cuerpo,
mientras la costura mezcla con el rezo,
ve todas las tardes pasar en silencio
los seminaristas que van de paseo.

La labor suspende, los mira, y al verlos
sus ojos azules ya tristes y muertos
vierten silenciosas lágrimas de hielo.

Sola, vieja y triste, aún guarda el recuerdo
del seminarista de los ojos negros...

EL GUAJA
Vicente Neira
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Ven acá granuja
¿Dónde andas so guaja?
hoy te mondo los huesos a palos.
No llores ni huyas por que no te escapas
yo no sé lo que hacer ya contigo
me tienes mú jarta.
¡A tí ya no te valen palabras,
a tí ya no te valen razones
ni riñas ni encierros ni golpes ni nada!

Te dije al marcharme:
levántate pronto y estira esos huesos
y dobla las mantas y enciende la lumbre
y arrima el puchero y enjuaga las ollas
y barre la casa

Y vengo y me encuentro, ¡grandísimo pillo!
la lumbre sin brasas,
la puchera sin caldo ni prigue,
la vivienda peor que una cuadra,
la burra sin pienso
las pilas sin agua

¿Segaste la hierba?
¿Trajiste la paja?
¿Regaste los tiestos?
¿Cerniste la harina?
¿Clavaste la estaca?
¿Comió la cordera?
¿Bebió la lechona?
¿Cogiste los huevos?
¿Mudaste la cabra?
hum!

¿Y a tí qué te importa?
¿para que quieres cansarte?
si aquí está la burra que todo te lo jaga

Te piensas granuja
que al estar tu madre jechita una negra
quemándose el alma
mientras tu me malgastas el tiempo
que dá más que lástima

Jecho un ropa suelta...
hecho un rajamantas...
por esas callejas detrás de los perros
por esos regatos tirando a las ranas
o cogiendo nidos en las zarzamoras

¡Qué así estás de lindo grandísimo guaja!
¿Y ese siete tan guapo en la blusa?
¿Y esos pantalones tan llenos de manchas?
¡hum!
¡que gorra más limpia!
¡que medias tan majas!
¡que pelos tan lindos!
que cuello, que puños, que codos, ¡que mangas!

Yo no sé lo que hacer ya contigo
me tienes muy harta

De sobra conoces que somos solitos...
que ya no tenemos quien nos lo ganaba...
que la vida de toditos los pobres es vida de lágrimas...
¡pero ni por esas!
a tí que te dejen roncando en la cama
y te pongan la mesa tres veces
y rueden los días y viva la holganza

¡Súbete esos calzones so pillo!
¡átate esos zapatos so randa!
límpiate esos mocos, lávate esa cara
y vete ahora mismo donde no te vea
que me tienes, me tienes muy harta

Te aseguro chiquitín
te aseguro que esto te se acaba
Endende mañana ¡a la cola del burro!
Conmigo a la plaza, conmigo al molino,
conmigo a la jaza
a sudar fatigas, a mojarte el alma,
ya verás las penitas que cuesta...
ya verás con que ahogo se gana este pan
que tan comodamente, ¡a lo bobo!
¡a lo bobo te zampas!
y ahora ¡A la cama!, ¡A la cama!

La aurora se acerca espléndida, diáfana,
lentamente despliegan las nubes su manto de escarcha,
la madre afanosa se tira del lecho
y sus toscos aperos prepara
que ya espera más ruda que nunca la brega diaria.
Cariñosa y tierna se acerca
hasta el lecho donde el niño
cándido, tranquilo descansa,
un instante contempla amorosa
su faz sonrosada
y después...

Con cariño ferviente
dando un beso en sus labios exclama:
¿Yo turbar este sueño tan dulce?
¡no fuera quien soy ni tubiera entrañas!...
¡juega, brinca y destroza hijo mío!...
¡tu madre lo gana!


QUE ME PERDONE LA CIENCIA
CLAUDIO MARTINEZ


Estoy sólito en mi rancho
me queda'o solo en la casa,
Ladran los perros afuera
Como si vieran fantasmas
Y alumbran mi pensamiento
Candiles de luces malas.
Álijones de pájaros negros
Le ponen luto a mi alma.

Y es tan grande el sentimiento
Que llevo dentro de mi alma
Que no lo dicen las cosas
Ni lo explican las palabras.

Ocho años tenía, ocho años
El pobre hijito de mi alma
Que despertó una mañana
Con los ojos encendidos
Y el cuerpecito echando llamas.

Me muero nana, decía
Me muero tata, gritaba
Siento una sed de martirio
Siento un fuego que me abraza.

Bese el cachorro en la frente
Y lo deje sobre la cama
Y volé, volé en mi caballo
Siete leguas de distancia
Siete puñales de punta
Metidos en mi garganta
Y el grito de mi hijo adentro
Agua nana, agua tata.

Le expliqué al doctor el caso
Y se acomodó en su butaca
Me miro de arriba abajo
Y me dijo:

¡Señor lo siento mucho!
Pero la senda que va a ese rancho
Es muy mala y me va a estropear el auto.
El médico no venía, el médico no venía
No porque fuera mala la senda que va a mi rancho
Si no porque no tenía con que pagarle a la ciencia.
Siete leguas de distancia
Ahí comprendí yo, entonces
Que la ciencia, no es tan ciencia
Cuando no tiene conciencia.

¡por esos caminos
por donde pasa la gente
cruza a galope la muerte
va y viene la desgracia!

Me ordenó que le comprara
Al pasar por la botica
Un frasco de limonada
Y trajera a mi enfermo
Cuando la fiebre pasara.

La fiebre duro poquito
La fiebre duró poquito
Y se me fue una mañana
Entre el canto de zarzales
Y el suave aclarar del alba.

Yo abrazaba a mi hijo
Así se me fue mi hijo
Así se me fue mi hijo
Con la frente helada
Y yo sin voz ni dinero
Parado junto a mi casa.

Así, la tierra lo aguarda
Con las manos sobre el pecho
Acuñando mi desgracia.

Estoy sólito en mi rancho
Sólito en mi casa
Afuera ladran los perros
Como si vieran fantasmas
Y alumbran mi pensamiento
Candiles de luces malas
Y al filo de media noche
Mi cuchillo cabo de plata
La única plata del pobre
Que no le sirve pa´ nada
Y medito mi venganza
Y por eso grito al mundo
Que me perdone la ciencia,
No me culpen si mañana
Me gritan que soy bandido.
O un mal hombre sin entrañas,
Nací buey y me hacen puma
Soy cordero y me ponen garras.

¡Dios! ¡Dios! Todo poderoso
has que despunte el alba
y arranca de mi pecho
este grito que me mata:
agua nana, agua tata.


EL DUELO DEL MAYORAL


¿Que cómo fue, señora...?
Como son las cosas cuando son del alma.
Ella era linda y él era muy hombre,
y yo la quería y ella me adoraba;
pero él, hecho sombra, se me interponía
y todas las noches junto a la ventana
fragantes manojos de rosas había
y rojos claveles y dalias de nácar.
Y cuando las sombras cubrían las cosas
y en el ancho cielo la luna brillaba,
de entre las palmeras brotaba su canto
y como una flecha a su casa llegaba.

¡Cómo la quería! Cómo le cantaba sus ansias de amores
y cómo vibraba con él su guitarra.
Y yo tras las palmas con rabia le oía
y entre canto y canto colgaba una lágrima.
Lágrima de hombre, no crea otra cosa,
que los hombres lloran como las mujeres
porque tienen débil, como ellas, el alma.
No puedo evitarlo, la envidia es muy negra
y la pena de amor es muy mala,
y cuando la sangre se enrabia en las venas
no hay quien pueda, señora, calmarla...

Y una noche, lo que hacen los celos,
lo esperé allá abajo, junto a la cañada;
retumbaba el trueno, llovía, y el río
igual que mis venas hinchado bajaba.
Al fin a lo lejos lo vi entre las sombras,
venía cantando su loca esperanza,
en el cinto colgaba el machete,
bajo el brazo la alegre guitarra.
Llegó hasta mi lado, tranquilo, sereno,
me clavó con los ojos su fría mirada;
me dijo: -¡Me espera?... Le dije: -¡Te espero!
y no hablamos más, ni media palabra.
Que era bravo el hombre, cual los hombres machos,
y los hombres machos pelean, no hablan.

¡Cómo la quería...! El machete dijo
su amor y sus ansias, roncaba su pecho,
brillaban sus ojos, y entre golpe y golpe ponía su alma.
No fue lucha de hombres, fue lucha de toros,
eso bien lo sabe la vieja cañada,
pero más que el amor y el ensueño
pudieron la envidia y la rabia,
y al fin mi machete lo dejó tendido
sobre su guitarra...

No tema, señora, con cosas pasadas...
Todavía en el suelo me dijo llorando:
-¡Quiérela... que es buena...!
Quiérela... como yo la he querido
¡Quiérela... que es santa...
que aunque muero...
la llevo metida en el alma!

Y tuve celos, señora, del que así me hablaba
y tuve celos de aquel que moría
y aun muriendo la amaba...
Y la sangre cegó mis pupilas
y el machete en la mano temblome con rabia
y lo hundí en su pecho con odio y con furia
y rasgué su carne buscándole el alma...
Porque en el alma se llevaba mi hembra...
y yo no quería que se la llevara.


EL EMBARGO
JOSÉ MARÍA GABRIEL Y GALÁN


Señol jues, pasi usté más alanti
y que entrin tos esos,
no le dé a usté ansia
no le dé a usté mieo...

Si venís antiayel a afligila
sos tumbo a la puerta. ¡Pero ya s?ha muerto!

¡Embargal, embargal los avíos,
que aquí no hay dinero:
lo he gastao en comías pa ella
y en boticas que no le sirvieron;
y eso que me quea,
porque no me dio tiempo a vendello,
ya me está sobrando,
ya me está gediendo!

Embargal esi sacho de pico,
y esas jocis clavás en el techo,
y esa segureja
y ese cacho e liendro...

¡Jerramientas, que no quedi una!
¿Ya pa qué las quiero?
Si tuviá que ganalo pa ella,
¡cualisquiá me quitaba a mí eso!
Pero ya no quio vel esi sacho,
ni esas jocis clavás en el techo,
ni esa segureja
ni ese cacho e liendro...

¡Pero a vel, señol jues: cuidaíto
si alguno de ésos
es osao de tocali a esa cama
ondi ella s?ha muerto:
la camita ondi yo la he querío
cuando dambos estábamos güenos;
la camita ondi yo la he cuidiau,
la camita ondi estuvo su cuerpo
cuatro mesis vivo
y una nochi muerto!

¡Señol jues: que nenguno sea osao
de tocali a esa cama ni un pelo,
porque aquí lo jinco
delanti usté mesmo!
Lleváisoslo todu,
todu, menus eso,
que esas mantas tienin
suol de su cuerpo...
¡y me güelin, me güelin a ella
ca ves que las güelo!...

DAR EL CORAZÓN
Rogelio Poncel

Si no vienes a dar el corazón y la vida,
no te molestes en entrar,
porque en tu entrada
comienza tu salida.

Si tú vienes a buscar un lecho
para una ocasión mullida,
no te molestes en entrar,
donde la flor más bella
es una herida.

Este es un lugar propicio
tan sólo para el sacrifcio.

Aquí tienes que ser el último en comer,
el último en tener,
el último en dormir,
el primero en morir.


PARA MI TODAS SON MADRES


Qué me importa a mí del mundo,
Y qué me importa a mí de la sociedad,
La sociedad y el mundo,
Me exigen que yo eche a rodar a mi hija
Y por qué voy a echarla.

Echarla a mija
Porque me ha traído un nieto de regalo
Sin que nadie supiera.
Vaya un pecado, vaya un pecado más grande.

Acaso, no han comenzao sus amores
Cuando empezó a puntear la primavera;
Que fue pal tiempo aquél, quel potro,
Rompió el cabestro pá seguir la yegua;
El toro saltó los alambraos
Y al trotecito se nos fue la perra.

Echarla a mija; echarla a mija me pide el mundo,
Porque no supo venderse a cambio de una libreta,
Si hasta el reptil ponzoñoso,
Procrea con libertad en sus abrigadas cuevas.
Si el río serpentea libremente,
Por ser hijo natural, del corazón de la sierra.

Solamente la mujer,
Solamente la mujer tiene sociedad que la desprecia,
Pero esa sociedad admite, permite y fomenta
El cabaret, el mercado de las hembras;
Allí nadie pregunta si una mujer es mala o es buena,
Allí un pedazo de seda
Tapa las marcas que han dejado las poleas,
Cuando esa mujer soñó ser
Una madre, honrada, trabajadora y buena.

Echarla a mija,
Echarla a mija me pide el mundo,
Porque me ha traído un nieto de regalo,
Sin que nadie supiera;
Vaya un pecao,
Vaya un pecao más grande,
A criar su hijo,
A criarlo como Dios manda,
En vez de mal parirlo sin que la vean.

Bendita sea la mujer,
Benditas sean todas las madres
Que contra el mundo y la sociedad que las desprecia,
Levantan bien alto
El bello fruto de sus entrañas maternas!

Madre, madre mía del alma, que estás en los cielos,
Si vos madres
Tuviste la desgracia de ser igual que ellas,
Mil veces madre!
Mil veces bendita seas!


ME ECHARON DEL PUESTO
Claudio martínez Paiba


Buenas Tardes mi mama!
Venga mi vieja querida
Que le encaje un beso grandote en la trompa!
Quédese quieto;
Semejante hombraso con esos bigotes
Y haciéndose el chico?
Mama, es que vengo de alegre.
No le digo el antojo,
Va a cumplir los treinta
Y anda aragañando con sus sentimientos;
Dígame, ya ha encontrao novia?
No me eche agua fría,
Que mientras usted viva
No habrá moza
Por más linda,
Que sea capaz de meter la pata entro el rancho;
Mi mama es mi novia y acabao el cuento.

Le hacen mayordomo?
qué mayordomo ni qué mayordomo,
endivine?
Le aumentan el sueldo?
Qué sueldo ni qué sueldo.
Quiere que le diga por qué vengo alegre?
Me echaron del puesto!
Cómo dice?
Que le han echao del puesto
Y usté viene alegre?
Sí, pero una vez que usté sepa por qué me despiden
Me va a creer más su hijo.
Hace una semana
Llegó la patrona y el patrón del pueblo,
Con ellos trujeron al hijo;
Un mozo que dicen que es leído
Porque estudia en los libros,
Toma té con wiskhy,
Se pinta las uñas,
Pero tiene más humo
Que´se palo verde que usté ha echao en el fuego.
Ayer hubo fiesta en la estancia
Y el mocito biodo, maltrató al boyero,
Anduvo a palos con peones y perros;
Cuando vide que el patrón con tuita justicia,
Vino a pedirle al hijo, se estuviese quieto,
El patrón fue quien tuvo que irse dentro.
Luego, vino la madre!
Para qué venir…
Conforme la pobre viejita,
Vino a pedirle al hijo se estuviese quieto.
Se ensañó en la pobre;
Lo maldijo a Dios!
Y cuando esa pobre madre vino a arrodillarse,
La tomó de un brazo, la apretó fuerte,
La tiró en el suelo,
Y después, no me acuerdo.
Se me fue el sentío, me tapó una sombra,
Lo alcé por los aires y lo estrellé contra el suelo;
No sé si lo he dejao allí tirao, creyéndolo muerto
Porque pensé que era usté esa madre
Y yo ese mal hijo que había educado el pueblo.
Y quise matarlo,
Deshaciendo ese hijo que olvidó en los libros
Lo que un ignorante de los ranchos nuestros,
Ni borracho, ni loco, se olvida un momento.

Y aquí estoy,
Déjeme que le encaje un beso grandote en la trompa!
Deje que llore uno chiquitico pegadito en su seno;
Deje que me sienta un chiquilín de nuevo,
Mientras grito alegre:
Me echaron del puesto .


LA MAMADRE
Pablo Neruda


La mamadre viene por ahí,
con zuecos de madera. Anoche
sopló el viento del polo, se rompieron
los tejados, se cayeron
los muros y los puentes,
aulló la noche entera con sus pumas,
y ahora, en la mañana
de sol helado, llega
mi mamadre, doña
Trinidad Marverde,
dulce como la tímida frescura
del sol en las regiones tempestuosas,
lamparita
menuda y apagándose,
encendiéndose
para que todos vean el camino.

Oh dulce mamadre
—nunca pude
decir madrastra—,
ahora
mi boca tiembla para definirte,
porque apenas
abrí el entendimiento
vi la bondad vestida de pobre trapo oscuro,
la santidad más útil:
la del agua y la harina,
y eso fuiste: la vida te hizo pan
y allí te consumimos,
invierno largo a invierno desolado
con las goteras dentro
de la casa
y tu humildad ubicua
desgranando
el áspero
cereal de la pobreza
como si hubieras ido
repartiendo
un río de diamantes.

Ay mamá, ¿cómo pude
vivir sin recordarte
cada minuto mío?
No es posible. Yo llevo
tu Marverde en mi sangre,
el apellido
del pan que se reparte,
de aquellas
dulces manos
que cortaron del saco de la harina
los calzoncillos de mi infancia,
de la que cocinó, planchó, lavó,
sembró, calmó la fiebre,
y cuando todo estuvo hecho,
y ya podía
yo sostenerme con los pies seguros,
se fue, cumplida, oscura,
al pequeño ataúd
donde por primera vez estuvo ociosa
bajo la dura lluvia de Temuco.


LAS MANOS DE MI MADRE
Alfredo Espino

Manos las de mi madre, tan acariciadoras,
tan de seda, tan de ella, blancas y bienhechoras.
¡Sólo ellas son las santas, sólo ellas son las que aman,
las que todo prodigan y nada me reclaman!
¡Las que por aliviarme de dudas y querellas,
me sacan las espinas y se las clavan en ellas!

Para el ardor ingrato de recónditas penas,
no hay como la frescura de esas dos azucenas.
¡Ellas cuando la vida deja mis flores mustias
son dos milagros blancos apaciguando angustias!
Y cuando del destino me acosan las maldades,
son dos alas de paz sobre mis tempestades.

Ellas son las celestes; las milagrosas, ellas,
porque hacen que en mi sombra me florezcan estrellas.
Para el dolor, caricias; para el pesar, unción;
¡Son las únicas manos que tienen corazón!
(Rosal de rosas blancas de tersuras eternas:
aprended de blancuras en las manos maternas).

Yo que llevo en el alma las dudas escondidas,
cuando tengo las alas de la ilusión caídas,
¡Las manos maternales aquí en mi pecho son
como dos alas quietas sobre mi corazón!
¡Las manos de mi madre saben borrar tristezas!
¡Las manos de mi madre perfuman con terneza!


EL NIDO
Alfredo Espino

Es porque un pajarito de la montaña ha hecho,
en el hueco de un árbol, su nido matinal,
que el árbol amanece con música en el pecho,
como que si tuviera corazón musical.

Si el dulce pajarito por entre el hueco asoma,
para beber rocío, para beber aroma,
el árbol de la sierra me da la sensación
de que se le ha salido, cantando, el corazón.


UN RANCHO Y UN LUCERO
Alfredo Espino

Un día ¿¡primero Dios!?
has de quererme un poquito.
Yo levantaré el ranchito
en que vivamos los dos.

¿Que más pedir? Con tu amor,
mi rancho, un árbol, un perro,
y enfrente el cielo y el cerro
y el cafetalito en flor...

Y entre aroma de saúcos,
un zenzontle que cantará
y una poza que copiará
pajaritos y bejucos.

Lo que los pobres queremos,
lo que los pobres amamos,
eso que tanto adoramos
porque es lo que no tenemos...


CAÑAL EN FLOR
Alfredo Espino

Eran mares los cañales
que yo contemplaba un día
(mi barca de fantasía
bogaba sobre esos mares).

El cañal no se enguirnalda
como los mares, de espumas;
sus flores más bien son plumas
sobre espadas de esmeralda...

Los vientos-niños perversos-
bajan desde las montañas,
y se oyen entre las cañas
como deshojando versos...

Mientras el hombre es infiel,
tan buenos son los cañales,
porque teniendo puñales,
se dejan robar la miel...

Y que triste la molienda
aunque vuela por la hacienda
de la alegría el tropel,
porque destrozan entrañas
los trapiches y las cañas...
¡Vierten lagrimas de miel!

Con sólo eso, vida mía;
con sólo eso:
con mi verso, con tu beso,
lo demás nos sobraría...

Porque no hay nada mejor
que un monte, un rancho, un lucero,
cuando se tiene un "Te quiero"
y huele a sendas en flor...


ASCENCIÓN
Alfredo Espino

¡Dos alas!... ¿Quién tuviera dos alas para el vuelo?
Esta tarde, en la cumbre, casi las he tenido.
Desde aquí veo el mar, tan azul, tan dormido,
que si no fuera un mar, ¡Bien sería otro cielo!...

Cumbres, divinas cumbres, excelsos miradores...
¡Que pequeños los hombres! No llegan los rumores
de allá abajo, del cieno; ni el grito horripilante
con que aúlla el deseo, ni el clamor desbordante
de las malas pasiones... Lo rastrero no sube:
ésta cumbre es el reino del pájaro y la nube...

Aquí he visto una cosa muy dulce y extraña,
como es la de haber visto llorando una montaña...
el agua brota lenta, y en su remanso brilla la luz;
un ternerito viene, y luego se arrodilla
al borde del estanque, y al doblar la testuz,
por beber agua limpia, bebe agua y bebe luz...

Y luego se oye un ruido por lomas y floresta,
como si una tormenta rodara por la cuesta:
animales que vienen con una fiebre extraña
a beberse las lágrimas que llora la montaña.

Va llegando la noche. Ya no se mira el mar.
Y que asco y que tristeza comenzar a bajar...

(¡Quién tuviera dos alas, dos alas para un vuelo!
Esta tarde, en la cumbre, casi las he tenido,
con el loco deseo de haberlas extendido
¡Sobre aquél mar dormido que parecía un cielo!)

Un río entre verdores se pierde a mis espaldas,
como un hilo de plata que enhebrara esmeraldas...

EL SIGUIENTE POEMA ESTA DEDICADO ESPECIALMENTE A MI ESPOSA QUE ES COMPAÑERA, AMIGA Y MADRE Y A MI HIJA QUE ES LA LUZ QUE ILUMINA MI VIDA.

MITAD TU, MITAD YO
Mario Molina Montes


Quiero ver jugueteando por las piezas y patios
un muñeco de carne, mitad tú, mitad yo.
Que lleve en sus cabellos el color de tu pelo
y en sus ojos de cielo la mirada piadosa que Dios
te regaló.

Quiero ver en mi casa ahora y siempre y de por vida
un muñeco de carne, mitad tú mitad yo.
Que lleve en sus manitas la seda de tus besos
y en su boca el perfume que tu seno le dió.

Quiero ver que me quiere, que me busca, que me espera
quiero sentir su abrazo cuando me vea legar,
quiero me diga cosas y me cuente mentiras
quiero que me consuele cuando me vea llorar.

Quiero después morirme sabiendo que te queda
unmuñeco de carne mitad tú mitad yo
Que lleve en sus manitas la seda de tus besos
Y en sus ojos de cielo la mirada piadosa que dios
te regaló.

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