10/8/09

LAS MANOS DE DIOS


Carlos Solórzano nació en San Marcos, Guatemala, en 1922. En 1939 se trasladó a México en donde reside desde entonces. Estudió arquitectura, aunque también completó su Doctorado en Letras en la Universidad de México, en 1948. Estudia arte dramático en Francia entre el 1948 y 1951. Fue director del Teatro Universitario (Universidad de México) y fundó los Grupos Teatrales Estudiantiles. Fue director del Museo Nacional de Teatro.

Una de las aportaciones de Solórzano a la dramaturgia contemporánea es la utilización de creencias populares y religiosas. Este elemento le permite al autor expresar las contradicciones mentales y espirituales que enfrenta el hombre y la mujer contemporáneos en una sociedad que dicta las estructuras o patrones que se han de emular. Es un crítico de los valores retrógrados y sin fundamentos que rigen la vida de las comunidades hispanoamericanas.

Las manos de Dios, objeto de estudio en este trabajo, es ejemplo de otra de los aciertos de Solórzano: la pregunta. El autor no es dado a ofrecer soluciones. Nos presenta una gama de situaciones que invitan a la reflexión y nada más. Quizás porque la pregunta en sí misma a veces es mucho más que miles de respuestas, el autor presenta su propuesta, dejando en manos del público el juicio.

La obra tiene un título simbólico. La vida de los personajes, Beatriz y su pueblo, que viven en una miseria física y espiritual, está en manos de un ente todopoderoso que posee todas las tierras de la ciudad. Este ente, o dictador, siembra el terror en la comunidad, mediante la fe católica, para controlar las mentes del proletariado. La iglesia se hace cómplice del abuso, mitigando el hambre, las necesidades y las injusticias crasas de la que son objeto los personajes con el temor de insubordinar la ley divina y condenarse a vivir eternamente en el infierno. Las manos que dirigen al pueblo están llenas de poder; estas manos políticas y religiosas construyen una imagen de un ente superior y castigador para hacer del pueblo lo que interesen.

Beatriz, personaje principal, quiere liberar a su hermano de la cárcel. Este fue apresado por atreverse a reclamar unas tierras que heredaba de su padre. Esta tierra fue arrebatada por el gobierno por causa de unas supuestas deudas que el padre de Beatriz tenía. El joven fue acusado de rebelión y de tratar de alentar a la comunidad a sublevarse contra el ‘amo’. Beatriz, persuadida por el personaje del Forastero (el Diablo), decide robarse unas joyas que estaban en manos de una estatua de la iglesia, para así comprar de forma ilegítima la libertad de su hermano. Al ser descubierta fue condenada a morir, sin embargo logró despertar en el pueblo la duda.

Entre los temas que se desarrollan en la obra, destacan los siguientes: la fe en Dios y el paraíso como medio evasivo de una realidad intolerable; el miedo que paraliza el quehacer humano; la cosificación del hombre; la superstición como elemento fundacional en la conciencia latinoamericana; la influencia del mito y la ficción en la vida humana; la prostitución sinónima de libertad; la concepción de un dios castigador; la duda como pecado; y la iglesia, estructura política capaz de manipular la mente colectiva de un pueblo creyente.

La fe ciega en un dios castigador y su promesa de salvación si se siguen los mandamientos de la tradición eclesiástica se aprecia en el personaje del cura:

Cura: Es lo mismo, hijo, es lo mismo. Nosotros, los servidores del Señor,
sabemos distinguir al Enemigo. Fue por haber oído su voz que los hombres se
sintieron capaces de conocerlo todo y fue por eso también que Dios nos castigó
haciéndonos mortales y al mismo tiempo temerosos de la muerte.

Esta fe ciega en la interpretación que haga la iglesia de Dios propicia la enajenación del ser con respecto a su espíritu y por tanto a su cosificación. El pueblo no acude a la iglesia por amor, sino por miedo y por tradición o ley irrevocable. La iglesia se erige como gran manipuladora de las mentes de la comunidad, dirigiendo su fe:

Cura: Me duele oírte hablar así. No ayudarás a tu hermano de esa manera.

Beatriz: Pero, ¿por qué es necesario soportarlo todo para que Dios este satisfecho, padre?

Cura: No preguntes. Los designios de Dios son inescrutables. Solo él sabe cómo aplicar su poder.

El miedo a quebrantar cualquier mito obstaculiza la fe del pueblo. Aun cuando la miseria los oprime, el arraigo de la tradición religiosa y su ficción es tan fuerte que no pueden quebrantarla.

Campanero: He visto a un hombre vestido de negro... [...]

Sacristán: Tú estabas borracho. Confiésalo.

Campanero: No sé, tal vez...

Sacristán: Estabas borracho. Deberías arrepentirte.

Campanero: ¿Pero cómo iba a estar borracho si no había bebido nada?

Sacristán: Te digo que estabas borracho.Campanero: Está bien. Si usted lo dice, así debe ser. [...]

La superstición y el mito son muy importantes en este proceso de manipulación. El ser humano es capaz de crear la ficción y, según algunos estudiosos del tema, es difícil para el hombre en ocasiones distinguir entre la realidad y la ficción. Los personajes del cura y el sacristán conocen bien esta debilidad humana. Cuando el cura descubre el robo de Beatriz y la enfrenta al pueblo lo hace de la siguiente manera:

Cura: Aquel ángel, todo bondad, quiso dar un castigo a la falta de esta mujer y con sus grandes alas volaba en torno suyo, azotándola con ellas, como si fuesen dos latigos inmensos y coléricos.

Se puede apreciar el tema del mito también en el momento en el que Beatriz conoce al Diablo. Ella no lo puede concebir como el demonio pues él no correspondía en apariencia al referente que ella tenía de su imagen.

Forastero: Soy el diablo.

Beatriz: ¿El diablo?

Forastero: Sí, ¿no me crees?

Beatriz: Todo el mundo sabe que el diablo echa fuego por los ojos [...] y que lleva una cola inmensa que se le enreda entre las piernas al andar [...]

El acto de dudar se manifiesta como pecado capital. Nadie tiene la potestad de cuestionar absolutamente nada en cuanto a los designios de Dios o del Amo, todopoderoso en esa comunidad. El que se atreviera a hacerlo podía ser encarcelado, excomulgado o asesinado.

Cura: A nosotros no nos cumple preguntar, hijo mío, sino solo obedecer. Las preguntas en nuestra profesión se llaman herejías. Vamos a rezar.

Sin embargo, la iglesia, en las voces del cura y el sacristán, sabe muy bien que en este mundo concreto, los actos abstractos pasan a un segundo lugar cuando hay que tomar decisiones, por ejemplo cuando se percatan del robo de las joyas:

Campanero: Rezaremos veinte rosarios y tal vez así...

Cura: Sí... sí... pero hay que pensar ahora en algo más concreto.

A través del personaje del Forastero o Diablo, Solórzano nos ofrece una serie de aseveraciones que invitan a la reflexión: Beatriz, su hermano y su pueblo son extranjeros en su propia tierra, pues no les pertenece; todos los que viven bajo sistemas dictatoriales son solo tornillos de una gran maquinaria; el mal no existe, existe la duda y la ausencia de bien; el ‘Amo’, o fuerza opresora, existe porque la gente permite que exista; el hombre es hijo de Dios, por lo tanto es Dios y debe amarse tanto o más que a al concepto; el hombre tiene lo que es capaz de atraer a su vida, el destino se labra, no está escrito; y por último, el conocimiento es la herramienta indispensable que el ser humano necesita para ser libre.

Estos cuestionamientos resultan muy controvertibles, sobre todo en la cultura occidental. Beatriz, a pesar de la lucha interna que sufre ante esta situación mental, decide robarse las joyas de ‘las manos de Dios’ cuando se da cuenta que, en su pueblo, las cosas no pasarían si la gente no era capaz de tomar las riendas de sus vidas. Aunque le haya costado la vida y aunque no logró la liberación de las mentes de sus compueblanos, Beatriz murió libre, porque sabía y en eso radica la libertad, en el conocer.

La obra se desarrolla en una pequeña población hispanoamericana en la época actual. El ambiente físico es descrito detalladamente por el autor en las acotaciones:

La plaza de un pueblo: a la izquierda y al fondo una iglesia; fachada barroca, piedras talladas, ángeles, flores, etc. [...]

El ambiente emocional lo refuerza el sonido del campanario y una música de fondo muy triste, creando un ambiente de angustia, de represión. La obra es un auto sacramental entres actos. Un auto sacramental es la representación dramática de carácter alegórico que trata sobre un dogma de la Iglesia católica y tiene como fondo la exaltación del sacramento de la Eucaristía. Solórzano mezcla los procedimientos del auto sacramental tradicional con las técnicas modernas para dar a sus personajes una nueva forma. El autor logra representar las implicaciones que tienen los dogmas en la vida del hombre contemporáneo.

El autor utiliza las técnicas de la retrospección, el suspenso y las acciones u objetos simbólicos.

En el momento en el que Beatriz duda si debe robar las joyas que custodia la iglesia, el Diablo le hace reflexionar acerca de su niñez y de cómo ha sido víctima de un sistema injusto e inhumano. Se aprecia entonces en escena dos escenas simultáneas: una, Beatriz que conversa con el Diablo y consigo misma; la otra, la niña que sufre los abusos de la clase dominante. Esta retrospección es tambien una forma de revelar al público el pensamiento del personaje. Este ir y venir de la voluntad de Beatriz, crea suspenso en el espectador. Es una decisión muy seria la que el personaje tiene a su haber, no por el hecho en sí, sino por lo que esta acción desatará en su entorno. La estatua de Jesús, que carga en las manos las joyas de la iglesia, es símbolo de la fe del pueblo, de sus creencias y ficciones. A través del personaje del Diablo, se manifiesta la idea de que la estatua “es un trozo de materia inanimada a la que ellos mismos han dado vida”. Por tanto, en el momento en el que Beatriz despoja a la estatua de sus joyas, se concretiza la desacralización de los valores religiosos y el descubrimiento de una nueva opción de vida: la libertad de ser.

El tono de la pieza se debate entre los planteamientos filosóficos sobre la existencia de Dios y el libre albedrío como derecho humano. La incertidumbre, la duda y la ironía de la existencia y de lo que se considera bueno o malo, rigen el tono de la obra.

El lenguaje que utiliza el autor es sencillo, sin embargo no recurre al uso coloquial o vulgar del discurso. Emplea el estándar de la lengua, facilitando al espectador hispano de cualquier cultura acercarse al texto fácilmente e identificarse con su ambiente. El diálogo se amolda a las exigencias de cada personaje y del momento en el que se encuentra la trama; en ocasiones el dialogo es agresivo, como en el caso del encuentro entre el Diablo y el Cura, y otras veces cauteloso.
El autor expresa en la obra una evidente preocupación por la libertad y la educación de los pueblos. Critica fuertemente a la iglesia, al estado y a las fuerzas o clases poderosas que abusan del proletariado. No ofrece soluciones, sino dudas. La duda es en Solórzano el principio de toda posibilidad de cambios. El hombre que duda, busca, se pregunta y en el proceso, crece. Hoy día se puede decir que la sociedad establece cierta diferencia entre fe y manipulación, pero falta camino. Todavía existen en el mundo entero pueblos sometidos por su ignorancia. Uno de los aciertos de Solórzano en Las manos de Dios es el haber dejado el final abierto, lleno de esperanzas, de probabilidades y posibilidades.

Esta obra es fundacional si se quiere conocer la parte mítica de la conciencia hispanoamericana. Mediante esta obra se conoce la realidad de un pueblo vista, irónicamente, a través de su ficción. Es un verdadero triunfo latinoamericano.